En los gloriosos y atrevidos años 90, un grupo de valientes apasionados por la aviación decidió unirse para emprender la aventura de volar en extraordinarias máquinas, ensambladas con tubos y tela, que desafiaban la gravedad misma.
El arcoiris, dicen, es un presagio de buena suerte; apareció en un campo desolado, y lo único que nos animaba era nuestra firme voluntad y la arrolladora ilusión de convertirlo en un CAMPO DE VUELO. En ese momento, cada uno de nosotros sentía la poderosa fuerza invisible del destino guiándonos hacia un futuro incierto, pero lleno de esperanzas y sueños. ¡Y lo conseguimos! Un aeródromo como Dios manda. Gracias, sobre todo, a la férrea voluntad de Isidro.
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